Bob Dylan y los bárbaros
PALOS DE CIEGO
Javier Cercas
El Nobel otorgado al cantante y poeta conlleva un peligro: que los músicos compongan pensando en la alta cultura y pierdan la frescura gamberra.
PUES SÍ: yo también creo que la concesión del Nobel de Literatura a Bob Dylan podría ser una catástrofe; pero no lo creo por lo mismo que lo creen quienes han protestado por su concesión. Dylan es un escritor enorme: la prueba es que cuando Allen Ginsberg lo escuchó por vez primera, allá por los años sesenta, comprendió de golpe que aquel chaval mejoraba cuanto él y los demás poetas beatniks habían estado haciendo, y trató de sobrellevar esa evidencia agridulce con un proverbio oriental: “Si el discípulo no es mejor que el maestro, entonces es que el maestro no es bueno”; la prueba es que Nicanor Parra, que merece el Nobel tanto como lo mereció Ginsberg, declaró que una sola de las líneas de Dylan merece todos los Nobel de Literatura; la prueba es que sólo escritores mediocres o académicos (o ambas cosas a la vez) han lamentado el Nobel de Dylan; la mejor prueba es el montón de canciones inolvidables de Dylan. Dicho esto, ¿por qué podría ser una catástrofe que se le haya concedido a Dylan un premio que merece de sobra? Pues porque el Premio Nobel, que literariamente no tiene la menor importancia, socialmente tiene mucha: tanta que el de Dylan significa la canonización del rock, su elevación –según ha escrito uno de los herederos legítimos de Dylan: Joaquín Sabina– a la categoría de alta cultura.