Cuauhtémoc Blas
La violencia es lo predominante en el estado de Oaxaca. La de mayor preocupación es la que se da en y entre los pueblos indígenas, donde las centenarias guerras entre hermanos de etnia no solo no cesan, sino que se incrementan. El saldo reciente de muertos en Amoltepec y en Atepec, son prueba insoslayable de esa violencia extrema.
Aunque en algunas comunidades indígenas puede notarse la presencia de la delincuencia organizada, predominan ahí las violencias por el poder, por los recursos naturales (agua), por los dineros públicos y por viejas rencillas por tierras o deudas de sangre. Un novelista oaxaqueño, Daniel Aragón, narra como en su San Juan Neblina, “Solo por ir pensando en alguna cosa y no saludar, te hacías de algún enemigo, eso se hacía una cuenta pendiente para las generaciones venideras sin saber siquiera por qué tenían que vengarse”.
Lo anterior consigna una realidad, solo es un testimonio, hace falta investigar de dónde viene tanta violencia criminal de los pueblos indígenas oaxaqueños. Eso es lo importante, para detener el baño de sangre que no se detiene en esos lugares desde hace cientos de años. Eso es humanamente más urgente que alucinar con comunalismos y multiculturalismos trasnochados de nuestros investigadores burócratas gubernamentales, a quienes hemos llamado indigenistas-arribistas. Zygmunt Bauman y Giovanni Sartori, íconos intelectuales, de han dejado muy clara la falsedad de ambos conceptos, respectivamente. Tema de otra colaboración.