Quienes creyeron que los resultados electorales del año 2010 eran la antesala de un giro radical en la política de Oaxaca, se equivocaron. Día con día, los hechos prueban que los diputados locales, el gobernador y los presidentes municipales elegidos el 4 de julio no actúan, por las razones que sea, en la dirección que sus electores esperaban.
Al fondo del escenario, los ciudadanos informados y organizados tratan de asumir la responsabilidad que les corresponde, en los resquicios que encuentran para hacerlo. La mayor parte de los funcionarios del gobierno del cambio, como sus antecesores, todavía no procesan intelectualmente que los ciudadanos más informados y activos de esta sociedad los elevaron a donde están porque se hartaron de los gobiernos del PRI, de su cultura política y de los efectos desastrosos que le producían al estado. Son ciudadanos que ya no quieren seguir viviendo en una sociedad atrapada por la inseguridad, la corrupción, la falta de empleos, la pobreza, la protesta ininterrumpida, la violencia, la impunidad, las luchas estériles y una gran cantidad de problemas que no se ve para cuándo se vayan a resolver.
Diputados incapaces
Los diputados de la LXI legislatura del estado entraron en funciones el sábado 13 de noviembre del año pasado. Con algunas excepciones, estos representantes empezaron a ejercer sus cargos repitiendo conductas que criticaron cuando eran oposición. Entraron cuando el sexenio anterior iba, literalmente, de salida, pero por su falta de preparación y de independencia no supieron aprovechar la ocasión. Una de las primeras cosas que mostraron fue su falta de capacidad para cuestionar. Era lógico y hasta aceptable que, como debutantes, cayeran en sus manos asuntos de los que ni siquiera estaban enterados y que por su complejidad no pudieran manejar en muy corto tiempo.
Con sentido común, los ciudadanos del estado entendieron que no es lo mismo ser oposición que gobernar y que los integrantes de este gobierno necesitaban un tiempo prudente para familiarizarse con los asuntos a su cargo, tomar los hilos de la administración y aprender a gobernar; por eso les concedieron un período de gracia que los mismos funcionarios y gestores se encargaron de acortar: ya pasó un año y no se ve, por ningún lado, que la situación vaya a mejorar.
Pactos contra Oaxaca
A pesar del bono democrático que los electores pusieron en sus manos, los diputados de la coalición Unidos por la Paz y el Progreso aceptaron ser rehenes de los pactos entre las dos tendencias políticas que se siguen disputando el gobierno del estado y de otros invitados a esta fiesta que también participan en la toma de decisiones. Esos pactos se celebraron en otra parte, en Los Pinos o en algún lugar del Distrito Federal, y se realizaron sin tomar en cuenta los intereses ni las necesidades del estado de Oaxaca y sus habitantes.
A los diputados se les presentaron estos pactos como decisiones de facto que ellos ni siquiera cuestionaron. No defendieron su soberanía como poder autónomo y desde los primeros momentos tuvieron que pagar las consecuencias de esta fatal omisión. Tenían mayoría de votos al instalar el congreso, por ejemplo, pero no la ejercieron, y aceptaron lo que otros ya habían decidido por ellos. A la larga va a ser una costosa concesión el permitir que los derrotados en las urnas siguieran dirigiendo, aunque fuera por un año, el congreso. Siendo mayoría aceptaron que el presidente de la primera Junta de Coordinación Política fuera del PRI y dejaron en el congreso al personal que estuvo al servicio de la legislatura anterior.
Congreso subordinado como siempre
En diciembre de 2010, los diputados aceptaron que el gobernador del estado violara las reformas que él mismo propuso a la Ley Orgánica del poder ejecutivo. Se vieron mal desde el principio cuando quisieron aplicar de manera estricta esa ley, pero luego se vieron peor cuando se echaron para atrás y cedieron a la petición del Ejecutivo de pasar por alto algunos requisitos establecidos para ocupar cargos relevantes en el nuevo gobierno.
Muchos oaxaqueños conocen el errático camino seguido por el gobernador desde que entró en funciones, el 1 de diciembre de 2010, por lo cual no hace falta abundar mucho en el recuento de acontecimientos para decir que a este gobierno solo le interesan las apariencias. Sus tropiezos contrastan con la buena fama que le han fabricado medios de comunicación nacional y local. Desde la integración del gabinete, que fue su primer tropiezo, las equivocaciones abundan y constituyen otras tantas señales o anuncios de lo que pasará.
Mensajes del no al cambio
La primera señal de que las cosas no van a cambiar se vio desde las dos ceremonias con las que se dio el cambio de gobierno. Al acto constitucional de la transmisión de poderes celebrado en el recinto del congreso asistieron, además de los diputados y funcionarios recién nombrados, las familias de abolengo. Las organizaciones sociales también estuvieron presentes pero afuera del recinto parlamentario, protestando. En el palacio de gobierno llamó la atención la destacada presencia de connotados priístas en el nuevo escenario. A la toma de posesión no asistió el gobernador saliente pero destacó la presencia del diputado federal señalado como el autor intelectual de la crisis de junio-diciembre de 2006.
La segunda señal fue la permanencia de personajes claves del gobierno anterior en puestos de mando. Los principales interlocutores políticos del nuevo gobierno con las organizaciones sociales son los mismos del gobierno anterior.
Una tercera señal la constituyó la permanencia de gran parte del personal político de segundo y tercer nivel, mandos medios heredados del gobierno saliente: no fueron removidos y muchos de ellos operan contra el nuevo gobierno.
La cuarta señal de que el cambio va a ser más lento de lo que se esperaba son las reacciones de los sectores organizados de la sociedad. Ellos exigen acciones inmediatas contra los saqueadores y represores; el tiempo corto de este sector de la sociedad choca con el tiempo largo que quisieran tener los burócratas del nuevo gobierno. Reclaman cambios con urgencia, los esperan de tiempo atrás; en cambio el gobierno no los considera urgentes o no puede llevarlos a cabo.
Una señal más, la quinta, es la continuidad del trato político del gobierno con los sectores organizados de la sociedad. Algunas de las situaciones que deberían haberse arreglado ya, no han sido atendidas y por eso las organizaciones siguen movilizándose. Uno de los casos más notorios en estos días es el de la universidad pública del estado que sigue su proceso de descomposición auspiciada por una burocracia inepta que no ve más allá de sus intereses de coyuntura. Las relaciones de indiferencia, tolerancia y complicidad entre el gobierno y los destructores de la Máxima sigue adelante.
Sólo cambio de hombre
Un hombre distinto en la gubernatura no hace hasta ahora ninguna diferencia con el pasado; para que haya un verdadero cambio, los que tienen que cambiar y a fondo son los métodos de elección y de incorporación a cargos de elección popular y responsabilidades de gobierno. Mientras no se produzcan esos cambios, la elección y selección de gobernantes tendrá un resultado azaroso y el escenario público seguirá lleno de claroscuros como el de que, un día, el gobernador repita su promesa de que va a castigar a los saqueadores y represores del pasado y a las pocas horas informe que están abiertas varias investigaciones sobre la administración anterior pero que todavía no tienen pruebas que incriminen al ex gobernador. Lo que la sociedad necesita es elegir representantes no seguir jugando a la lotería para calcular qué es lo que pasará.
El gobernador ha obtenido varios reconocimiento nacionales e internacionales, posiblemente los merezca, pero sería más importante que tuviera el reconocimiento de sus gobernados y éste no se va a dar si no actúa en el sentido que la realidad le demanda. Recientemente fue galardonado por una oficina regional de las Naciones Unidas y a las pocas horas fue exhibido como autoritario y represor delante de gran parte del cuerpo diplomático acreditado en México. Los gobernantes no deben olvidar que la gobernabilidad democrática pasa por un refrendo permanente de la confianza de la sociedad hacia ellos y mientras no tengan en cuenta este factor, por más que hagan para decir que están buscando la paz y el progreso, la sociedad no se los reconocerá.
El contexto de nuestro periodismo
¿Qué tiene que ver todo esto con el periodismo que se hace en Oaxaca? Pues nada más y nada menos que ser la materia prima a partir de la cual los trabajadores de los más diversos medios dibujan la realidad que les está tocando vivir, interpretándola.
Todo cambio necesita tiempo para poder concretarse; tiene partidarios que lo impulsan y opositores que esperan una oportunidad para acabar con él. En el diario trajín de la prensa impresa o electrónica, los periodistas tienen la obligación ética de dar seguimiento a las acciones de unos y otros. Por eso, durante el primer año de gobierno que está a punto de cumplirse, los medios registran los escasos logros pero también las incongruencias, los desatinos, las desmesuras y sobre todo los errores garrafales de los que en tan poco tiempo parecen haber olvidado quien los puso donde están, de donde vienen y qué cosas ofrecieron antes de ser electos; sin desatender los movimientos de quienes se empeñan en afirmar que ellos son los únicos que saben cómo gobernar.
Aunque la ciudadanía se encuentre en las fases iniciales de su desarrollo, se sigue construyendo cada día y ha recibido ya las lecciones esenciales para buscar un futuro mejor.
Esa incipiente ciudadanía no extiende cheques en blanco y ya perdió la costumbre de confiar ciegamente en sus representantes; invadida por la información que circula desde todos lados sabe que si no se expresa no la tomarán en cuenta, ha descubierto que tiene un poder y no va a dejar de ejercerlo así tenga que protestar hasta que la apaleen y la ignoren o le hagan caso y atiendan sus demandas.
Esta es la tragedia de todos los oaxaqueños, incluidos los periodistas: el poder difuso que caracteriza nuestro tiempo, la falta de una autoridad respetada por todos, la multiplicidad de intereses en juego. Se va a necesitar un largo tiempo para que todos, desde el más alto funcionario hasta el menos importante de los ciudadanos, nos acostumbremos a dialogar, a escuchar al otro, a ceder cuando tengamos que hacerlo, a llegar a acuerdos, a entender que hay que cumplir la palabra empeñada y asumir las responsabilidades que nos corresponden.
Por ahora, sin embargo, las malas señales que el gobierno del estado está enviando a la sociedad son malas noticias para los que tratan de interpretarla. Y en esa labor los periodistas ocupan un lugar destacado.