Conocí a Christopher Domínguez Michael hace más de treinta años, en un encuentro de jóvenes (lo éramos entonces) militantes del Partido Socialista Unificado de México (PSUM) que nos habíamos reunido en la capital del país con el propósito de crear la organización juvenil de ese partido. Dos participantes destacaron en dicho encuentro: Christopher Domínguez y Roberto Zamarrita. Ambos manejaban un discurso fluido y bien articulado y evidentemente tenían mayor conocimiento de los documentos básicos y la doctrina del partido que el resto de nosotros. Sus nombres se me quedaron grabados en la memoria.
Años después me enteraría que los dos habían dejado la política partidista y habían optado por seguir otra vocación, al parecer más apremiante: Zamarripa eligió el periodismo (es colaborador del Reforma) y Christopher Domínguez la literatura. Ambos con bastante éxito.
Del segundo he seguido asiduamente sus artículos en Letras Libres: en particular me han interesado sus debates con la “izquierda” que por ahora se aglutina en torno a López Obrador; y sus discusiones con algunos otros personajes del mundo cultural que se han sentido ofendidos por las antologías que éste ha firmado. De estos lances me he hecho la imagen de un Christopher polémico, brillante, inteligente, a veces despiadado, al que vale la pena leer con detenimiento.
Con este antecedente, cuando me enteré que el Centro de las Artes de San Agustín, Etla (CASA), lo traería a principios de este año a dar un taller de Critica Literaria, me atreví a apuntarme de inmediato, a sabiendas de mi inopia con relación a dicho tema... Y lo primero que vi fue a un Christopher Domínguez contrariado por el hecho de que ninguno de nosotros conocía gran cosa del tema ni había hecho las lecturas básicas que recomendó. Así que, entre contrariado y distraído, con un estilo cortante y seco eventualmente aderezado de un humor ácido, condescendió a contarnos cómo surgió la crítica, quiénes han sido sus principales exponentes, cuál ha de ser el temperamento del crítico, a qué tipo de lector se dirige éste; etc. Confieso que tuve la impresión que las escasas preguntas que hicimos (incluyo las mías, por supuesto) fueron erráticas, mal articuladas y frecuentemente tontas. La sequedad de sus respuestas hundió a más de uno en sus asientos. Pero la humillación fue ampliamente recompensada: sus juicios críticos sobre diversos temas, generosamente prodigados cuando finalmente se soltó, fueron un deleite. Hubo muchas cosas dignas de recordar, pero me quedó con dos, particularmente significativas para mi: una, que me pareció muy graciosa: “¿qué hacen dos críticos cuando coinciden en un acto público? Pues, como decía José Vasconcelos, se saludan como putas viejas…”, dijo-, y ladeó el rostro alzando la nariz y arrugándola como si oliera alguna pestilencia; y otra que, en lo particular, me satisfizo mucho: respondió, a una pregunta mía, que le gusta la prosa pero no la poesía de Roberto Bolaño… ni la de Santiago Papasquiaro. A mi tampoco y como en eso difiero de varios que pasan por enterados, me reconfortó mucho saber que no estoy tan desacertado.