Los cuatro Cielos y el camino al Mictlan

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Las Nueve Huellas al Mictlan

Juan de Dios Gómez Ramírez / Binigulazáa A.C.

 

Según la causa de la muerte sería el lugar a donde irían, quizá en espíritu. Estos lugares se consideraban casas o palacios. Los hombres que morían en acciones heroicas por defender a su pueblo o eran tomados prisioneros y sacrificados, lo mismo las mujeres que morían durante el parto, iban a la Casa del Sol o Ilhuicatl Tonatiuh y acompañaban al astro en su tránsito por el firmamento.

 

La vida es producto de la creación de la Naturaleza y para los seres humanos la vida es una constante creación y recreación de su propia imagen y de su entorno. Así, la vida del hombre imagina y crea a los dioses, pensamientos e ideas que regulan su vida y le dan razones y justificaciones de existencia. Pero el pensamiento ha ido más allá de la vida y del presente.

 

Desde los tiempos en que los seres humanos empezaron a enterrar los cuerpos de sus muertos en una tumba y a depositarles ofrendas, es porque creían que había un lugar más allá de la vida y del presente a donde iría el espíritu del muerto. El depositarles agua, alimento, sus herramientas de trabajo y sus riquezas materiales, muestra que desde tiempos remotos se ha creído en la existencia de otro sitio donde se iría después de muertos.

 

Mesoamérica antes de los españoles

 

Los pueblos mesoamericanos, antes de la invasión española, tenían un sistema de creencias muy complejo, bien estructurado y aunque hablaban diferentes lenguas, venían construyendo un sistema ideológico que todos compartían. Los hallazgos arqueológicos corroboran, la importancia que le daban a la muerte a través de las suntuosas tumbas decoradas con esculturas en bajorrelieve, pinturas murales, ofrendas ceremoniales y la parafernalia de los difuntos, joyas y objetos propios de su rango, indican la trascendencia del tránsito de la vida a la muerte.

 

Algunos cronistas españoles como Bernardino de Sahagún mencionan que, según la causa de la muerte de la gente, así sería el lugar donde irían, quizá en espíritu. Estos lugares se consideraban casas o palacios. Así los hombres que morían en acciones heroicas por defender a su pueblo o eran tomados prisioneros y sacrificados, lo mismo las mujeres que morían durante el parte, se consideraban iban a la Casa del Sol o Ilhuicatl Tonatiuh y acompañaban al Sol en su tránsito por el firmamento.

 

Los guerreros, después de un tiempo se transformaban en colibrís para disfrutar de las flores y sus néctares. La Casa del Chichihuacuauhco se consideraba un gran jardín en medio del cual crece un gran árbol nodriza y cuyas ramas y troncos están cubiertos de chiches, donde se prendíen los niños muertos en la edad de la inocencia y que se amamantarán del árbol hasta que sean llamados para volver a nacer.

 

El tercer sitio era la Casa del Tlalocan, Gobernada por el Señor del Rayo y la lluvia Tlaloc, Cocijo para los zapotecas. Ahí se iban los difuntos muertos por un rayo, por ahogamiento, hidropesía o gota, el lugar era considerado como un hermoso jardín donde todos se entretenían con juegos y cantos, en éste había abundantes frutos, alimentos y despreocupación. Y por último los que morían por muerte natural, sin importar su edad, condición social o riqueza iban a la Casa del Mictlan, considerado como el lugar del descanso, donde fenecía el espíritu de los muertos.

 

Mictlan, camino difícil

 

Sin embargo, el camino del Mictlan era un recorrido de grandes pruebas y peligros que el difunto debía de sortear, apoyado siempre de quienes permanecían en esta vida. Este derrotero debía atravesar por nueve lugares peligrosos: primero había que cruzar el ancho río Tamoayan, para ello habría que auxiliarse de un perro color bermellón y su ayuda dependía del trato que en vida dio el difunto a los perros, pues de haberlos maltratado, éstos se negarían a ayudar en el tránsito y estos espíritus se pasaría vagando en la ribera del río, entre lamentos y sollozos.

 

Una vez salvado este primer obstáculo debían transitar y cruzar por donde dos grandes montañas que chocan entre sí (Tepeme Monamictia), salvando este obstáculo se ascendía una gran montaña (Itztépetl) cubierta de filosas piedras de obsidiana que destrozaban los cuerpos de los transeúntes. A continuación, se caminaba por un gran paraje llamado Ocho Collado (Cehuecáyan) ascender y descender por ocho grandes montañas donde había nieve todo el tiempo; en seguida se cruzan ocho áridas y desiertas montañas, llamado Ocho Páramos (Itzehecayan); una vez logrado pasar este paraje se llegaba a la casa del Señor de los Jaguares (Teocoylehualoyan) quien de un zarpazo les abría el pecho a los caminantes y les devoraba el corazón a los que se salían del sendero.

 

Después de pasar este peligroso lugar se llegaba al “lugar donde se tiene que cruzar agua” (Apanhuiayo), que era un profundo lago de agua negra donde habitaba el gran lagarto que tragaba y regurgitaba a sus víctimas, Xochitonal.

 

Logrando salir de este siniestro lugar, llegaban a una gran región donde había que cruzar nueve profundos y caudalosos ríos (Chiconahualóyan), considerada la región de la autopurificación y limpieza del difunto, para llegar finalmente al Mictla (Chiconauhmictlán) “Nueve Infiernos” donde se presentaban frente a Mictlantecuhtli y su esposa Mictlancihuatl y después de la recepción, el espíritu del muerto fenecía para siempre, según deja noticias fray Bernardino de Sahagún.
Octubre 2017.