Canción de la sangre

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Poeta Nazario Chacón Pineda,
a 100 años de su nacimiento.
(Juchitán, 17 de noviembre de 1916-abril de 1994)

 

Presentida noche llega a mi sangre
noche que el tiempo no registra
ni la muda flor de la memoria;
dócil habitante de la historia
que el sueño más lejano suministra.

 

Llega ciego ángel de la sombra del llanto,
donde el lamento crece hasta el espanto
de la roja pupila del martirio.

 

Sube entonces mi voz hasta el delirio
de saberme ganado por perdido.

 

Por mis venas corre un gran río,
de peces asombrados,
de aguas milagrosas,
de arena enamorada.

 

En mis ojos está el paisaje
que un día lejano o próximo
ha de salir sin que nadie lo violente.

 

El paisaje de mi propio destino.
Vivo de la angustia su alto cielo;
No muero porque vivo
la soledad más alta del anhelo.

 

¡Ah, mi sangre, mi sangre!
Mi sangre agita sus pañuelos olvidados
sobre la sal de la dulzura incierta.

 

Desierta va la rosa del encuentro
sobre la nave azul de los adioses.

 

Como si el corazón viviera
sin sangre, sin venas, sin arterias;
como si un desierto tuviera
la sangre de la lluvia,
las venas subterráneas de los ríos,
las arterias eléctricas del cielo.

 

¡Ah, mi sangre, mi sangre!
Mi sangre hermana del instinto,
mi sangre que ha encontrado su recinto
en la soga torpe de la herencia.

 

Estoy sin la dulce presencia de un ángel sueño,
sin la llovida alegría de una ausencia niña.
La luz que me alumbra se hizo de sombras.
La sombra que me cubre se hizo de luces.

 

Entre la luz y la sombra hay una voz que me nombra.
El tiempo en la voz detenida.
Escucho con rostro del asombro
su verdad de lámpara encendida.
Celeste
viene y va,
celeste.

 

Asciende hasta los altos paraísos
y acaricia a los ángeles dormidos.
Terrestre,
va y viene,
terrestre.

 

Sorprende a los hombres,
en un mundo de llanto, de dolor, de angustia,
levantando esperanzas con la sangre del delito.
Irrumpe en los claveles del tiempo la mirada,
dura sonrisa florece en su rostro de piedra;
habitante soy de su lejana y pródiga morada.

 

Que lo diga el cacto, que lo silbe el viento,
que lo cante la hiedra: soy de la mirada, la respuesta.
De la convivencia intacta está mi sangre;
mas no el esqueleto de mi muerte
tan fiel a su palabra, tan dado a su destino.

 

La sé, la conozco, miserable geometría
que se ufana y se envilece
de extraña simetría.

 

Por eso es que la sangre se entristece
de saberla inevitable
y de perder por ella, su armonía.

 

Pero mi sangre liberada,
que ha de seguir corriendo sus caminos,
liga a flor de labio sus múltiples destinos.

¡Ah, mi sangre, mi sangre!

 

Obra publicada: Poesía: Estatua y danza. Poesía y leyendas, Imprenta Escuela Nacional de Maestros, 1939. Perdida soledad, Arte de América, 1946. Canción de la sangre, Finisterre, Ecuador 0°0’0”, 1962. Poesía, Toledo, 1991. Fuego nuevo, Praxis, Dánae, 1999. Poesía de Nazario Chacón Pineda, Toledo, 1991.