Xandu’ y Biguie’ o Piye’: la visita de los muertos

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Guadalupe Ríos

 

Juchitán, Oax.- Con diferencias de como lo hacían en la antigüedad, actualmente los zapotecas del Istmo mantienen la convivencia con sus muertos y los agasajan en espectaculares ofrendas que el difunto disfruta durante la visita que, según la tradición, hace una vez al año, aquí a fines de octubre para disfrutar de bebidas, comidas y toda suerte de dulces y panes que le ofrecen con motivo del Día de Muertos.

 

Xandu’

 

Un altar cuidadosamente arreglado se erige en un lugar especial de la casa. Sobre él se distribuye la ofrenda para la esperada visita de los difuntos: frutas, tamales, panes, dulces, calaveras de azúcar, tazas de atole, café y chocolate, incienso, veladoras y el intenso olor y color amarillo de la flor de cempasúchil (flor de muertos) contrastan con los adornos de papel picado dispuesto a lo largo y ancho de cada uno de los nueve escalones que debe tener el altar.

 

La palabra Xandu’ deriva de la voz castellana Santo y se usó para celebrar a los muertos que de algún modo se llegan a convertir en Santos y se les venera junto a las imágenes de los santos de la religión católica con quienes comparten el espacio en el altar.

 

Los binnizá y algunos municipios del Istmo inician el ritual de Todos Santos para recibir con un Primer Xandu’ Ya’ (Todos Santos Nuevo o fresco) a quienes ya cumplieron los seis meses de haber partido, o Xandu’ Guiropa (Segundo Todo Santos) para los muertos que llegarán a visitar a sus familiares por segundo año consecutivo.

 

Es un ritual que mezcla elementos de la religión católica traída por los españoles con las prácticas ancestrales de los pueblos originarios y construyen ese sincretismo que se refleja en el culto a los muertos en la cultura zapoteca.

 

La ofrenda a los muertos es una tradición que —según hallazgos arqueológicos— data del periodo preclásico (entre 1800 y 1500 a C), pues nuestros antepasados solían “enterrar los cadáveres junto con objetos de cerámica, alimentos y utensilios personales”; práctica que persiste en la actualidad, pues es costumbre poner en el ataúd del difunto o difunta un peine, una jícara, jabón, monedas, ropa y huaraches nuevos, que le habrán de servir para el viaje a su nueva vida.

 

Actualmente persiste la creencia de que el espíritu de los muertos llega los dos últimos días de octubre a visitar a sus familiares y a disfrutar de la ofrenda que se les prepara en su casa y retornan a su morada el día tres de noviembre, tras tomar la esencia o sabor de las frutas y de toda la ofrenda del altar; por esa razón, cuando se retiran las frutas, dulces y alimentos, se dice que ya no tienen sabor porque “ se lo comieron los espíritus”.

 

Piye’ o Biguie’

 

Aunque cada vez con menor frecuencia, todavía se puede observar en algunos hogares de Juchitán la antigua ofrenda del biguie’ en Todos Santos.

Se conoce como Biguie’a la estructura o retablo rústico de carrizos que se tapiza con flores de cempasúchil y cresta de gallo,se adorna con panes y futas formando una figura romboide que representa los cuatro puntos cardinales y el animal totémico de los zapotecas que era el jaguar o el lagarto y se coloca en la parte alta de un arco confeccionado con tallos de plantas de plátano del que también cuelgan panes, flores y frutos.

 

En el piso, detrás del arco y al pie de una mesa donde se colocan los santos y la fotografía del difunto o difunta, se extiende un petate con todo tipo de alimentos, bebidas, frutas y dulces para las ánimas que llegan de visita; el día 30 de octubre los infantes y el 31 los adultos y es frecuente escuchar anécdotas que cuentan cómo se manifestó un alma por la caída de algún fruto o rama o al apagarse repentinamente las llamas de los cirios.

 

Con la llegada de los españoles, los zapotecas adoptaron el calendario del año solar de 365 días (llamado Iza) y mantuvieron lo que se ha denominado como su calendario lunar de 260 días llamado Piyé o Biguie’, sin embargo éste último no era un calendario según el experto Michel Oudijk, (del Instituto de Investigaciones Filológicas de la UNAM).

 

El Piye’ cuidadosamente detallado por Fray Juan de Córdoba en 1578 en “El arte en lengua zapoteca”, dice Oudijk “no es un calendario sino un ciclo mántico, pues no registra el tiempo de un día a otro sino que le da valores a cada día desde diversos aspectos”.

 

Calendario lunar y adivinación

 

Durante la conferencia titulada “Contar los días y el destino. Calendarios y sistemas adivinatorios en Oaxaca” junto con Sebastian Van Doesburg , explican cómo estos ciclos mánticos continúan vigentes en poco más de un centenar de pueblos indígenas zapotecas y analiza la similitud en siete de ellos.

 

Fray Juan de Córdoba -dice Oudijk- explica que los zapotecas dividían este “calendario” ritual en cuatro periodos de 65 días cada uno denominados “Cocijo” (aclara que se debe pronunciar cociio, pues la letra j solo era para mostrar una doble ii en el vocablo zapoteca) y que iniciaba con:

Cocijo 1 lagarto, seguido de Cocijo1 muerte, Cocijo 1 mono y Cocijo 1 zopilote.

 

Cada Cocijo a su vez, se dividía en cinco periodos de 13 días denominados cocijy que de acuerdo con Gonzalo de Balsalobre (1656), cada periodo tenía un Dios propio, con nombres de hombres y mujeres. Dichas trecenas estaban asociadas a diferentes niveles: cielo (guibá), tierra (layú) e inframundo (gabiá) y todo en su conjunto permitía “adivinar” lo que iba a pasar o lo que había pasado.

 

Lo que sí es cierto, es que el inicio de Piye’ coincidía —o se hizo coincidir— con el mes de Febrero del calendario gregoriano que señala el comienzo de las actividades agrícolas, (guziguiee) y finalizaba en Octubre (guzibá) fecha en que se suspendían los trabajos del campo e iniciaba el ciclo festivo con la celebración a sus muertos.
Guu’na’ (Cooperación)

 

En estas fechas, las familias que no tienen un muerto reciente colocan pequeños altares en casa, a diferencia de quienes celebran el Primer Todos Santos o el segundo y se preparan con la elaboración de cientos de tamales de mole negro, atole de granillo y pan de manteca que habrán de dar a las mujeres que acudan a visitarlos a lo largo del día para llevar una limosna o cooperación económica, flores y veladora.

 

Durante nueve días previos a la fecha de recepción de los visitantes, las mujeres organizan los rezos todas las tardes hasta concluir con el día especial (30 para infantes y 31 para adultos) y a cada una de las rezadoras se les ofrece un pan y chocolate diariamente.

 

El día que se recibe las visitas muy temprano, mientras las mujeres preparan los tamales y el atole que habrán de repartir a quienes acudan a visitar a los deudos, lo hombres construyen el altar o elevan el biguie’ cuidando de cada detalle y las mujeres colocan las flores y los cirios.

 

A lo largo del día en las calles de la ciudad se ve el pulular de mujeres que van a visitar los altares, entregan su cooperación económica a la mujer que la familia del difunto haya dispuesto para recibir el pésame (madre, hija, hermana o esposa).

 

Junto con el apoyo económico se entrega una vela o veladora y flores de cempasúchil, se sientan a velar un momento el altar o el biguie’ y reciben a cambio una taza de atole, dos tamales y un pan bollo. Después se retiran para realizar otra visita.

 

Los varones por su parte, realizan la visita por la tarde-noche, dan su aportación y participan del velorio que habrá de durar hasta la media noche en una jornada donde por igual se escuchan anécdotas del difunto, se entonan sus canciones preferidas y se cuentan chistes al calor del mezcal y cigarrillos.

 

El día primero se mantiene la velada de altar y el día dos de noviembre se acude al panteón con las flores y veladoras recibidas para agradecer la “visita” que el difunto hizo al lugar donde habitó en vida.

 

El 3 de noviembre, las almas de los difuntos retornan a su morada y entonces se desmantelan los altares y se reparten entre vecinos y familiares los panes, dulces y frutas que lo adornaron aunque éstas perdieron el sabor pues las almas se alimentaron de ellas durante su visita. (guadalupeguigu@gmail.com)