Riesgos de la concentración presidencial del poder

AMLO quizá más fuerte que Carranza, Calles y Obregón

Gerardo Nieto / Resumen ejecutivo AP 981

 

Tardó en llegar a la Presidencia de la República, pero le llevó poco tiempo concentrar el poder. Para evitar que la concentración de poder derive en autoritarismo antidemocrático, hay que ampliar la comunidad política. Esto es lo que hoy caracteriza la transformación en curso. Un presidencialismo que es la constante en la historia de México y la conformación de un movimiento de masas similar al que dio sustento al cardenismo que hizo posible la expropiación petrolera.

 

Nadie puede negar que AMLO es un Presidente fuerte, quizá más que Obregón, Carranza o el propio Calles; sin embargo, esa fortaleza es su debilidad. Gran parte del proceso de reforma descansa en su persona. Es él quien fija los tiempos, quien determina la agenda legislativa y el que impone los proyectos de infraestructura y los programas sociales. No hay un acompañamiento de otros cuerpos de la sociedad. Por ejemplo, Estados Unidos logró que la renegociación del T-MEC incorporara inspectores laborales. Eso fue posible porque el negociador único del lado mexicano, Jesús Seade, nunca se percató de esa pretensión estadunidense. No hubo técnicos ni empresarios a su lado. Seade no pudo con toda la negociación. Hoy, el Presidente tiene tanto poder en sus manos, que un fallo en su visión significará un gran fracaso político.

 

García Luna, regalo del cielo

 

Los astros se le acomodaron al presidente López Obrador. El caso de Genaro García Luna es un regalo del cielo. Hace que su cruzada contra la corrupción con énfasis en el pasado, tenga la más amplia de las justificaciones. De ahora en adelante, ¿quién podrá tener la calidad moral para poner en tela de juicio sus estrategias de gobierno? Uno de sus principales opositores, Felipe Calderón, queda en condición de damnificado político. Estados Unidos al abrirle un proceso penal a Genaro García Luna, hizo que todos voltearan a ver al exmandatario mexicano.

 

La portada de la revista Proceso al respecto no tiene desperdicio: del lado izquierdo, la imagen de García Luna con un llamativo pie de foto: El acusado. Del lado derecho, la imagen de cuerpo entero de Felipe Calderón y abajo: el sospechoso. Calderón no tiene manera de sortear con éxito este affaire. Su margen de maniobra se redujo. AMLO va solo en su proceso de cambio político.

 

Vicente Fox está en una circunstancia todavía más compleja por la cercanía que tuvo Genaro García Luna con uno de sus hijastros. Además, la Unidad de Inteligencia Financiera de la Secretaría de Hacienda investiga sus cuentas. Y como están las cosas, no sería extraño que el establecimiento político lopezobradorista administre los casos con impacto mediático para soltar, en la antesala de las elecciones intermedias del 2021, los expedientes políticamente sensibles.

 

Poder comparado al de Salinas

 

En 1991, Carlos Salinas se llevó todo. Con su mayoría en el Congreso bajó el IVA de 15 a 10 por ciento. Hasta el emblemático Fidel Velázquez apuntaba: Salinas se merece todo, incluso la reelección. La concentración de poder en Salinas fue absoluta. Todas las proporciones guardadas de personaje, tiempo, lugar y circunstancia, hoy AMLO es el Presidente con mayor concentración de poder de la historia moderna de México. De gira por su natal Tabasco, el sábado pasado, diversos contingentes le pidieron considerar su reelección al cargo.

 

Si a un periodo se parece la transformación que vive México hoy, ese es el salinista. No por su neoliberalismo a ultranza, sino por la reforma que implicó la etapa en la que se encumbró el modelo económico que hoy AMLO quiere desmontar. Los priistas entienden la naturaleza del poder. No son suicidas políticos. Están en un franco proceso de realineamiento en torno a la figura presidencial. No tienen en su genética la idea de confrontar, menos cuando su larga historia puede hacerlos caer.

 

AMLO podría quitar banderas al PAN

 

Los panistas tienen otra lógica. Están convencidos de que como van las cosas, AMLO fracasará y al final del sexenio ellos serán los beneficiarios. El problema de esta interpretación es que se aparta de la realidad. A menos que algo inesperado se atreviese en el camino, AMLO sentará los cimientos para una nueva hegemonía política de amplia duración.

 

El PAN es desde hace tiempo el principal detractor del Presidente. Pero esa férrea oposición puede derivar de un hecho hasta cierto punto insólito: que el perfil y pensamiento de AMLO le quite al partido de la derecha la bandera principal con la que surgió a finales de los años 30: el ejercicio ético de la política apegado a principios del bien común.

 

La naturaleza del poder en México y sus reglas no escritas dan como resultado un presidencialismo absoluto. El ganador de las elecciones de 2018 se llevó todo. AMLO es hoy un verdadero factótum de poder. En poco tiempo controló las instituciones más importantes de los tres Poderes de la Unión y, en cuanto a los gobernadores, ellos tienen un margen en extremo reducido.

 

Presidencialismo puro y duro

 

No es una cuestión de contrapesos, sino de presidencialismo puro y duro. Un fenómeno que se explica por la historia de México; un presidencialismo que, visto en retrospectiva, no es necesariamente negativo. No lo fue en el pasado y no lo es ahora. Etapas sucesivas de la historia del país demandaron un Poder Ejecutivo fuerte, dominante y, en más de un sentido, centralista. Ahí está el ejemplo de Benito Juárez que debió enfrentar la ocupación francesa.

 

La mayor debilidad de este proceso de transformación es la concentración de poder en una sola persona. Esto liga el cambio a los límites naturales y políticos de un solo hombre. Es humanamente imposible que un solo agente controle todas las variables del cambio. El presidente López Obrador puede hacer casi todo lo que se proponga con la concentración de poder que tiene, pero el riesgo de que se equivoque es alto.

 

AMLO es un político que decide en soledad, sin asesoramiento. Es guiado por su instinto, su sentido común y sus interpretaciones de la realidad. Si bien es cierto que acertó respecto de cómo escalar y conquistar Palacio Nacional, también lo es que sus cálculos no son infalibles. El problema con él es que no rectifica; que no acepta que se equivoca.

 

Neoliberalismo, muerto que goza de salud

 

Hay muchas cosas que a AMLO se le acomodaron a su favor. Circunstancias y hechos como el de Genaro García Luna que tiene un alto impacto mediático; no obstante ello, el Presidente no puede reducir el cambio de régimen a su cruzada moral; no puede ignorar que la redistribución de la riqueza que busca pasa necesariamente por una reforma fiscal progresiva y de alto impacto entre los adinerados del país. Es decir, una reforma que afecte a la riqueza. Aunque él ya declaró muerto el neoliberalismo, esta hechura económica goza de cabal salud. Es un modelo global y las partes no tienen la fuerza para echarlo abajo.

 

El discurso de AMLO está bien para consumo interno, pero resulta excepcionalmente limitado en un contexto de crisis civilizatoria. No hay definiciones estratégicas respecto al cambio climático. En materia de migración, México acabó por ser el muro de contención que buscaba la Casa Blanca de Donald Trump. Andrés Manuel López Obrador es un Presidente fuerte, pero lo es sólo a nivel interno. Las asimetrías frente a Estados Unidos hacen del gobierno de AMLO el mejor aliado del magnate norteamericano en su proceso de reelección.

 

Por ahora, AMLO se puede dar por satisfecho. Explota hasta sus límites el affaire que Donald Trump le regaló: el caso Genaro García Luna. Pero más temprano que tarde, México volverá a jugar el papel que Donald Trump necesita en su campaña: el de ser el malo de la región. No hay manera de ganar en esto. Y el desgaste para el gobierno de López Obrador es cuestión de tiempo.

 

Aliados ineficientes, una carga

 

AMLO es el factor de poder, pero para que ande el elefante necesita de una burocracia eficiente y no solo honesta. Veracruz y Tabasco son dos entidades cuyos mandatarios son aliados químicamente puros del Presidente. Pero en ambos estados López Obrador no puede presumir de buenos resultados. Los datos de crecimiento, seguridad y aun los que están ligados a los programas sociales distan mucho de lo que esperaba el Presidente.

 

Adán Augusto López y Cuitláhuac García pueden ser lo que quiera Andrés Manuel López Obrador, menos gobernadores eficientes. Lo mismo puede decirse de secretarios de Estado y titulares de entidades públicas. Salvo un grupo pequeño de colaboradores, la gran mayoría brillan por su ausencia. Difícilmente alguien puede recordar sus nombres. Hasta ahora, solo el canciller, Marcelo Ebrard, supera las expectativas.

 

Pese a las controversias alrededor de su patrimonio, Manuel Bartlett es también uno de los que sostiene al gabinete. De los que no se ven, pero que diario resuelve cuestiones delicadas está Jesús Ramírez Cuevas. A él corresponde organizar todo alrededor de las conferencias matutinas del Presidente. Es el Joseph Goebbels de AMLO.

 

Posibles cambios en el gabinete

 

El poder concentrado hace ver gigante a López Obrador y enanos a la mayoría de quienes integran su equipo. En este contexto, se darán los cambios en el primer círculo de colaboradores del primer mandatario: en la secretaría de Gobernación sale Olga Sánchez Cordero y la terna para sustituirla se compone de Alejandro Encinas, subsecretario de Derechos Humanos de la dependencia; Tatiana Clouthier, vicecoordinadora de la fracción parlamentaria de Morena en la Cámara baja y fuerte aspirante a la candidatura de ese partido a la gubernatura de Nuevo León; y, Julio Scherer, consejero Jurídico de la Presidencia.

 

En una jugada de alto riesgo, a la secretaría de Seguridad y Protección Ciudadana, llegaría Marcelo Ebrard, con la intención de ser el artífice de la pacificación del país. De lograrlo, entraría casi en automático a la nominación presidencial de Morena para el 2024. Pero bien podría darse el caso de que la crisis irresoluble en el ámbito de la seguridad lo derrotara. Esto dejaría el terreno libre para la lopezobradorista más pura que hay en la nueva clase política: Claudia Sheinbaum Pardo, jefa de gobierno de la Ciudad de México.

 

Ricardo Monreal figura en la terna de potenciales sucesores de AMLO, pero sin ninguna posibilidad. Si López Obrador es el gran elector, Monreal puede sentirse satisfecho con lo que tiene, porque no tendrá otra cosa durante el sexenio. A la vista de AMLO es un político con lealtades limitadas.

 

Habrá movimientos en otras secretarías y dependencias. Por ejemplo, en Comunicaciones y Transportes, donde sale Javier Jiménez Espriú y entra Lázaro Cárdenas Batel, coordinador de asesores de AMLO. Jiménez Espriú no dio el ancho y Cárdenas Batel está sobrado; en Sagarpa, sale Víctor Villalobos y su lugar podría ser ocupado por David Monreal, coordinador general de Ganadería de la misma dependencia. Aunque los resultados de Romero Oropeza en Pemex distan mucho de ser buenos, es el hombre de confianza del Presidente para recuperar soberanía energética. Lo mismo puede decirse de Rocío Nahle.

 

Los movimientos en el gabinete dibujan relevos con probada experiencia y capacidad política. Las ausencias están marcadas: son las del ala de la izquierda social y los grupos radicales que le acompañaron en el proceso de ascenso al poder. AMLO define con estos nombramientos el perfil de su gobierno: uno de corte moderado. Concentrará más el poder, con todos los riesgos que esto conlleva.