Peña Nieto, ante la incertidumbre con Anaya: La tercera vía

Gerardo Nieto
Resumen Ejecutivo AP 896

 

La tercera vía es una definición estratégica de Peña Nieto. Es la perversión absoluta del poder. Descansa en los acuerdos subyacentes y en los pactos no escritos. El Presidente está acotado y lo saben quienes están contra Meade. Esas fuerzas no se supeditan a la voluntad de un mandatario débil y sin futuro. Por el contrario, le disputan el control de su sucesión. Y no está claro que Peña tenga el poder suficiente para evitar que esos grupos desplacen a Meade y pongan en su lugar a Anaya. Es una guerra de respaldos.

 

El Círculo Rojo adoptó a Ricardo Anaya como su candidato y lo mismo pasó con algunos magnates que empezaron a alejarse de Meade para acercarse al panista. En condiciones de debilidad estructural de la institución presidencial, estos grupos de interés y económicos encaran a Enrique Peña Nieto. Le disputan el control de su propia sucesión.

 

Aunque la división en la cúpula es coyuntural, genera líneas de ruptura entre quienes mantienen su apuesta por Meade y quienes lo hacen por Anaya. Muchos intereses encontrados y temor real de que la condición de privilegio de muchos magnates y políticos desaparezca, multiplica las acciones directas en política. La presión más fuerte es al Presidente de la República. Quieren que asuma a Anaya como candidato del sistema.

 

Esos intereses son los que alimentan la especie de que Meade ya se cayó y lo que conviene es que decline a favor del panista. Peña Nieto se descubre como el factor crítico de la elección. Su disyuntiva es sencilla pero complicada: decidir por Anaya salvaría el modelo reformista pero él no tendría ninguna garantía real de protección. Dejar pasar al candidato de la izquierda social lo salvaría a él y a su grupo, pero no a sus reformas.

 

Por ahora, el Ejecutivo federal elige la Tercera vía: dejar que la inercia de las cosas acomode la elección bajo su propia lógica. Lo que ocurra con Ricardo Anaya dependerá de lo que Peña Nieto decida. Por ahora, está claro que el Presidente mantiene una amplia zona de reserva respecto al perfil del abanderado panista. Incluso, puede tener base jurídica la especie de que en los próximos días habrá una acción directa de la PGR que imputará a Anaya penalmente por lavado de dinero. Lo que ahora es un hecho, es que para el primer mandatario, Anaya resulta intransitable. Esto explica que Meade se mantenga en la contienda; sin embargo, no se descarta que en la perversión propia del poder, se sostenga públicamente la candidatura de Meade, mientras desde lo más alto se administra su derrota.

 

Meade parece reproducir el síndrome Labastida

 

En el año 2000, desde Los Pinos se jugó con Francisco Labastida. Toda la narrativa alrededor del candidato oficial hablaba de que el régimen lo encumbraría en el poder. Labastida no quiso reconocer lo evidente: que su campaña se secaba financieramente por decisión presidencial. Zedillo pasó a la historia no por la traición a su partido, sino por haber dado la bienvenida a la primera alternancia en México luego de 70 años de partido dominante.

 

Labastida siempre fue un hombre de sistema. Su margen de maniobra nunca fue más allá de lo que le marcaron desde Los Pinos. Fue un producto de su tiempo. Todas las proporciones guardadas, José Antonio Meade parece reproducir el síndrome Labastida. Él espera una acción contundente de la Procuraduría General de la República en contra de su adversario de la derecha panista. Espera mientras avanza el proceso de sucesión; espera mientras ve cómo permanece en el tercer sitio de las encuestas; espera mientras se multiplican los rumores que hablan de su virtual declinación a favor de Ricardo Anaya. Si esa acción judicial contundente no llega pronto, su candidatura no tendrá futuro.

 

La pregunta no es si finalmente llegará ese punto de inflexión, sino hasta cuándo Meade podría caer en la cuenta de que el poder puede estar ya en el proceso de los pactos subyacentes. Que Peña Nieto persista en dejar correr el proceso electoral en sus términos, llama a reflexionar sobre posibles acuerdos subyacentes. Está claro que para él, hasta ahora, Ricardo Anaya es intransitable.

 

Cárcel a Anaya, esperanza de Meade

 

Entonces, sólo le quedarían dos opciones: que José Antonio Meade crezca y al final de la campaña sea competitivo, lo que sólo puede ocurrir si la candidatura de Anaya se fractura. Y esto dependería de lo que haga la Procuraduría General de la República; y, dos, que le dé la bienvenida a una alternancia de izquierda, lo que de alguna manera lo salvaría a él, pero no a sus reformas, lo que le abriría la animadversión del capital trasnacional y de los magnates mexicanos

 

Entonces, dejar que el proceso electoral avance en esa Tercera vía es, en sí mismo, una definición política. José Antonio Meade declara no estar dispuesto a declinar y espera que el expediente penal que involucra a Ricardo Anaya aterrice en una inhabilitación. En paralelo, facciones políticas de régimen se muestran dispuestas a pactar con Ricardo Anaya

 

Entre los que apuestan por Anaya y los que sostienen la candidatura de Meade, la Tercera vía del Presidente implica ganar tiempo en una coyuntura excepcionalmente complicada. Por esto, la sucesión presidencial no está definida. Hay elementos para pensar que Peña Nieto está convencido de la viabilidad técnica y política de la candidatura de José Antonio Meade. Entre esos elementos, están las expresiones de apoyo de varios gobernadores y de otros actores relevantes, así como la fortaleza financiera con la que ya se mueve el PRI. Esta línea de interpretación nos conduce a una certeza: la decisión del Presidente es la de mantener a Meade como candidato del régimen y acotar, al mismo tiempo, el margen de maniobra de Ricardo Anaya.

 

El saldo de esta guerra entre las derechas del país es obvio, lo que lleva a pensar en la posibilidad de que los acuerdos subyacentes no descartan ningún pacto. El aterrizaje de la sucesión presidencial entraña arreglos no siempre visibles ente las fuerzas políticas en contienda. Este proceso no será la excepción. Pero hasta el momento, ese pacto definitorio no está claro. Todo dependerá de las garantías.

 

¿Tiene Peña Nieto opciones?

 

La historia no es lineal ni los grupos políticos son compactos. Es altamente probable que la etapa que transcurre sea todavía una fase de indefinición y de muchas presiones alrededor del Presidente. Está claro que a Enrique Peña Nieto no le convence entregar el poder a Ricardo Anaya. Hay evidencia plena de que su perfil político no lo convence. Su ambición no tiene límites; los escrúpulos no son lo suyo. Ningún arreglo con él tiene garantías; sin embargo, la pregunta es si Peña Nieto tiene otra opción

 

Por otra parte, conforme avanza su sexenio, Peña Nieto es más débil. Su propio modelo reformista entraña intereses que escapan a su control. El Presidente está acotado y eso lo saben quienes alimentan la guerra contra Meade. Esas fuerzas no se supeditan a la voluntad de un mandatario débil y sin futuro. Por el contrario, le disputan el control de su propia sucesión. Y no está claro que Peña Nieto tenga el poder suficiente para evitar que esos grupos y camarillas desplacen a Meade y pongan en su lugar a Anaya. Es una guerra de respaldos, de mucho dinero y de tiempo. La opinión pública favorable a Anaya se alimenta con millones de pesos. Y a juzgar por la insólita uniformidad de los criterios, el flujo de recursos está en la campaña de Anaya.

 

La tercera vía de Peña Nieto le hace ganar tiempo en un proceso de degradación política. Quizá cuando decida tomar una decisión, esa decisión ya no sea suya. Pero también puede ocurrir que la decisión ya la haya tomado: mantener a Meade en la contienda tiene un beneficiario. La sobrerreacción de los magnates se explicaría en la lógica de los acuerdos subyacentes

 

Propuesta de élites, populismo de derecha

 

La acción convergente de varios empresarios para levantar de nueva cuenta el veto del sistema contra el abanderado de la izquierda social, se enfrenta al hartazgo de la sociedad por la corrupción, la violencia y la precarización salarial. El modelo que aplauden los hombres del dinero y por el que quieren que sufraguen sus trabajadores, es el que tiene al país, desde hace más de tres décadas, con crecimientos mediocres de la economía de apenas dos por ciento.

 

No hay mucho para convencer a los jóvenes que no tienen acceso garantizado ni a la educación ni a un trabajo bien remunerado en la economía formal. Las élites promueven la continuidad como opción de futuro, cuando es un puente directo al pasado: a la reforma económica salinista y que en todo el mundo va de salida. La misma que impusieron Carlos Saúl Menen en Argentina y Carlos Andrés Pérez en Venezuela. Un atroz populismo de derecha.

 

Desde su aparición como actor relevante de este proceso de sucesión presidencial, Anaya se mostró falazmente atractivo a los poderes fácticos del sistema. Se exhibió como el político que ofrecía lo mismo que el candidato oficial, pero sin el lastre de la corrupción del gobierno de Peña Nieto y sin la incompetencia gubernamental de Calderón y Peña en materia de seguridad. Anaya se dedicó a construir el otro consenso. Fue bien visto por las élites políticas y económicas a las que el peñismo desdeñó. Luego del primer debate, la tesis que se sembró en los grandes medios fue que él, Anaya, era el único capaz de garantizar la derrota del abanderado de la izquierda social. Muchos magnates y políticos ultraconservadores compraron en automático la especie

 

Enrique Peña Nieto quedó frente a una disyuntiva de futuro: un pacto con Anaya no le garantiza nada. Dejar pasar al candidato de la izquierda, le ofrece las seguridades de quien ofrece amnistía, pero sin la protección al modelo reformista

 

Hasta ahora, no hay evidencia clara de que el aparato gubernamental haya cambiado de prioridades. En el mejor de los casos, la Tercera vía es un impasse y, en el peor, la expresión de los acuerdos subyacentes que, por ahora, no giran hacia Ricardo Anaya. Si no cómo se explicaría que desde Europa se ventile su expediente judicial. Entonces, la conclusión preliminar es que la determinación del establecimiento político no varía: su apuesta es la de mantener a Meade en la contienda, lo que apunta hacia el otro lado de la historia.

 

La parte alta del ciclo político sexenal supone una condición de debilidad estructural del Presidente; sin embargo, en un país como México, el Presidente tiene los hilos del poder hasta el último minuto de su mandato. En esto radica la fortaleza de la Tercera vía. Por ello, quienes hoy le disputan el control de su propia sucesión están en las antípodas del presidencialismo.