Alejandro Herrera, largo y sinuoso camino

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Largo ha sido el camino del pintor Alejandro Herrera desde 1974, cuando ingresó a Artes Plásticas de la Escuela de Bellas Artes de Oaxaca, y al año siguiente como miembro fundador del Taller de Artes Plásticas Rufino Tamayo. 

 

Cuenta el pintor que cuando iniciaba sus estudios alguien le enseñó un hermoso libro de códices. “Era un librote así como la biblia, me impacto mucho, vi unos grafiados muy bellos, manchas de tintas naturales y todo eso comenzó a nutrir mi trabajo”. Comenzó a buscar desde entonces —dice— una línea que diera ese mensaje que nos dejaron los ancestros.”

 

Alejandro sostiene que el Valle y las montañas de Oaxaca, Monte Albán, Mitla, Yagul son las bases de su arte. Afirma que hay que recuperar el pasado grandioso de Oaxaca, pero enriquecerlo con las formas actuales, incluirlos, precisamente, en la esencia del arte que es universal.

 

Mitos y símbolos sin folclorismo

 

La pintura de Herrera no es previsible, no hallamos ese folclorismo rentable; o una imitación del boom oaxaqueño de Francisco Toledo que abrió gran mercado para sus seguidores.

Hay cuadros de Herrera donde aparecen los mitos y símbolos de Oaxaca, pero en una bien resuelta inserción dentro de su trabajo artístico, sin el recurso fácil del indigenismo.

“Me preocupa mucho mi valle y las montañas —expresa—, estamos asentados en una zona privilegiada que no hemos protegido. Hay que defender la gran cultura zapoteca, de gente sabia que fundó una gran cultura. Hoy vemos como los cerros que quedan son disminuidos por casas y fraccionamientos, estamos acabando con el entorno”.

Esa problemática se refleja en su obra “de varias formas, de repente ves triángulos, lozas plasmadas que es parte de un valle que pierde sus colores, el campo está abandonado. ¿Qué vamos a dejar para futuro? Eso es parte de una propuesta que tengo de hace muchos años, y poco a poco la he ido puliendo, para que sea real, que proponga algo”.

 

Tamayo y Nieto, sus maestros

 

Vivió muchos años en la ciudad de México, donde trabajó en el arte o en ambientes ligados a él, algunos años dejó de pintar, sin embargo siempre retorna a la pintura. En los últimos años, confiesa, es cuando ha logrado redescubrir y aprovechar las enseñanzas de los grandes maestros oaxaqueños, Tamayo y Rodolfo Nieto.

“Los consejos que me dieron Tamayo y Nieto al final los estoy absorbiendo, esas vivencias que me dieron en su momento, lo voy enriqueciendo con trazos actuales, vigentes todavía”.

“Me voy mucho con Rodolfo Nieto, es mi favorito, es mi guía. Los comentarios que me dio ahorita están dando frutos y no voy a bajar el pincel y los colores con esa propuesta que yo entendí de él, y que ahora ya me apropié, ya sé por dónde es el camino para seguir”.

 

“El paisanaje oaxaqueño”

 

Alejandro nos relata sobre la crítica de sus colegas en la ciudad de México en los años 80 del siglo pasado, “del paisanaje oaxaqueño”. “El paisanaje se dio —afirma— porque muchos siguieron los pasos de Toledo, se dio el boom y tuvieron mercado fácil, están en su derecho yo no juzgo, pero ¿por qué no hacer otro boom, otra propuesta en Oaxaca?”.

Herrera sugiere dejar de imitar a Toledo a Morales a Edmundo Aquino, a Nieto, sin dejar de lado las enseñanzas y magisterio de todos ellos, despertar esa conciencia con algo actual, algo que “mueva las entrañas de la gente que nos rodea o que viene a visitar Oaxaca”.

Para no quedarse en ese pasado grandioso hay que proponer , dice: “El artista tiene que seguir buscando, tiene que ofrecer otras propuestas, porque estamos vivos, y si estamos vivos hay que entender que la vida ha dado un giro de 60, 100 o más grados”.

En su más reciente exposición, “Reencuentro”, mostró, con óleos sobre papel y telas, que a pesar de los problemas sociales que hay en el estado, Oaxaca tiene mucha luz, tiene mucho qué decir, mucho que proponer. “Yo estoy en eso —asegura— dejar una semilla para que alguien diga “esta luz hay que rescatarla, hay que darle volumen, hay qué protegerla”. (C. Blas)