Día de la Raza… en extinción

Imprimir
Dicen que se va el zapoteco.
Ya nadie lo hablará
Ha muerto, dicen, la lengua de los zapotecas
La lengua de los zapotecas se la llevará el diablo.
Ahora los zapotecas cultos sólo hablan español.
Gabriel López Chiñas.
Un par de noticias nos hacen reincidir en un viejo tema: tradición y modernidad; folclor y tecnología. Conceptos que no debieran ser antagónicos, pero en México parece que lo son. Sólo en teoría, en la simulación académica y en el discurso son compatibles, no así en la impertinente realidad.
La primera noticia nos la dio Ismael García en este mismo medio (Noticias 9 de octubre) en otro de sus buenos reportajes, éste sobre la desaparición del ixcateco, desde Santa María Ixcatlán. Si acaso 10 personas mayores de 60 años lo hablan. El personaje del reportero sugiere que esa lengua prácticamente morirá con él.
Estamos lucidos los mexicanos, pero más los oaxaqueños, alardeamos de nuestras grandes culturas mesoamericanas, de nuestra gran “diversidad cultural”, los oponemos (así, como oposición y rechazo) a lo exterior pero vemos extinguirse no sólo al ixcateco, también ya se extinguieron, o les falta poco, el chocholteco, el popoluca, etc.
Pero ¿qué importancia tiene una lengua más en las historia de la humanidad? Cientos han desaparecido a lo largo del tiempo, algunas al fusionarse con otras, muchas al diezmarse las poblaciones por enfermedades y guerras —como sucedió en América cuando la conquista— o por la decisión violenta de un guerrero, como Alejandro Magno, por ejemplo, quien llegaba a ordenar contra los pueblos que no se sometían pacíficamente a su paso, destruirlos, borrarlos, “que no quede piedra sobre piedra”, y así era. Tampoco quedaba la lengua, los pocos sobrevivientes tenían que aprender la de sus nuevos amos al quedar en calidad de esclavos.
Perder la guerra es perder casi todo, un dato de Eduardo Galeano en “Las venas abiertas de América Latina” nos ilustra al respecto: de 70 millones (calcula) de indios que había acá antes de la llegada de los españoles, un siglo y medio después sólo quedaban tres y medio millones. Ninguna cultura puede resistir una sangría así, por eso aquellas desaparecieron; muerta su clase dirigente, señores y caciques, así como descabezados y enterrados sus dioses y templos, quedaron desnudos, sin elementos para entender y justificar su existencia, por eso tuvieron que crear nuevas formas de vida para sobrevivir y abrazaron el catolicismo que les ofreció las certezas perdidas, a un altísimo costo e impiadosa explotación, claro.
Desde entonces las prácticas indígenas cayeron en un largo proceso de languidez, y contrario a quienes hablan del fortalecimiento y hasta de viejas culturas que reviven, lo que hemos visto es la muerte paulatina de lenguas y variaciones culturales indígenas. El reportaje aludido no nos deja mentir. A pesar de lograr pervivir centurias con su lengua, ahora parece que a “la lengua de los ixcatecas se la llevará el diablo”, parafraseando al poeta juchiteco, Gabriel López Chiñas. La paráfrasis quiere ser con esa connotación del escritor, como un lamento quejumbroso, y no porque uno quiera algo de ese simpático aliado de los catequistas.
Los indígenas perdieron desde la conquista a sus dioses antiguos y hoy son tan de cultura cristiana como cualquier citadino —por eso nuestra divergencia a que vivan en culturas diferentes—, con la sola diferencia que viven en medios distintos, sobre todo en una aguda pobreza económica, acentuada por los atavismos de la iglesias cristianas de todo tipo, como indica el personaje del reportero:
“A un lado de la iglesia local, donde se venera al señor de las tres caídas, está don Melchor Velasco, de 68 años, tejiendo. Tampoco habla su lengua nativa (…) Pues como nadie nos enseñó en forma como la vamos a mantener; ahora los niños ya no quieren saber nada del ixcateco, prefieren aprender inglés e irse de acá”.
Huyen de la pobreza y sus tristezas, no tienen las estadísticas de indígenas y economía pero conocen la desventaja porque la viven; saben que donde predomina la lengua ancestral, la miseria se enseñorea más. Entre más purismo indígena y dialectal, más miserables. Veamos lo datos duros al respecto:
Según datos de la Comisión para el Desarrollo de los Pueblos Indios, que en Oaxaca dirige una ladina (CDI), los municipios indígenas son los más pobres del país; 25 por ciento de los indígenas ocupados no reciben ingresos; 56 por ciento reciben al mes hasta dos salarios mínimos; el 43 por ciento se ocupa en el desventajoso sector primario; 25 por ciento de esa población no sabe leer ni escribir; y 39 por ciento de la misma de 15 a 24 años no asiste a la escuela. ¿Alguien sólo por preservar algo deseará quedarse donde no hay ni esperanzas? Lo que no es económicamente viable, tampoco lo es humanamente. Cómo dijera el asesor en mercadotecnia de Clinton, “es la economía estúpido”.
Por eso viene al caso la otra nota periodística de que hablamos al principio, donde el rector de la Máxima casa de estudios del país, la UNAM, José Narro Robles, expusiera sus razones científicas ante los legisladores federales. Datos y cifras que explican nuestro atraso tecnológico, científico y económico (El Universal, 10 de octubre).
Dijo Narro que México se ubica en el último lugar de inversión en ciencia y tecnología entre los 31 países de OCDE, al invertirles apenas el 0.4 por ciento del PIB, en tanto Suecia invierte 3.67%. Nuestra mínima inversión no sólo nos provee de pocos científicos sino también de mínima calidad, decimos nosotros, ya que ni siquiera hay una evaluación seria a los mismos, pues con que presenten publicaciones sin aportes reales reciben la categoría de científicos con sus beneficios.
Este rezago incide en la baja productividad y retraso económico y social de México, dice narro. Países como Chile, Uruguay y Argentina están por encima de nosotros. Estamos hasta abajo en competitividad, y ni siquiera quienes toman las decisiones nacionales hacen algo para corregir el rumbo.
No tiene futuro una sociedad que glorifica exclusivamente su pasado, sus fiestas, tradiciones y costumbres, y se olvida por completo de su desarrollo científico, tecnológico y educativo. Cabe hacer lo primero, y hasta hacerlo con orgullo, pero sin desdeñar lo segundo, pues como dice Descartes: “La vida es algo que se hace hacia adelante”.
Finalmente, ni en lo primero hay éxito, pues nos vanagloriamos de nuestra diversidad cultural, multiculturalidad y demás, pero las lenguas mueren, y los pueblos indios desaparecen en una intensa emigración que ya es diáspora. La simulación es plena, abrumadora, y mañana, Día de la Raza, escucharemos de nuevo encendidos discursos.
¿Oaxaca, capital espiritual de México? ¿Acaso cabe un gran espíritu en un cuerpo famélico y enfermo? Que responda el folclor.
www.revistaenmarcha.com.mx y blaslc@yahoo.com.mx