Juchitán, del paraíso al infierno

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Cuauhtémoc Blas

De verdad que no hace mucho, unas cuatro y media décadas, en que las casas de las orillas de las calles de Juchitán de Zaragoza no tenían bardas ni portones; los vecinos que vivían adentro de esas enormes manzanas, repletas de una red de callejones, pasaban hasta en medio de esas casas para dirigirse a sus hogares. Saludaban o decían provecho si la familia comía, y avanzaban. Entonces las relaciones sociales tenían un fuerte matiz familiar.

 

Cuando el ambiente cambiaba y se tornaba pesado, coincidentemente con el avance del alcoholismo, la introducción de la cerveza en cantidades colosales, las primeras casas de las orillas de las calles lograron colocar sus bardas sin mucho problema, no así las últimas en hacerlo, cuyas familias se confrontaron con aquellas que quedaban sin salida, encerradas en esas grandes manzanas.

 

Hubo pleitos y hasta muertos en la puja por no quedar encerrados, esa separación o recomposición social iniciaba la nueva realidad de la población, la culminación de la confianza extrema entre los vecinos, el ambiente cuasi familiar daba paso a la rivalidad entre los miembros de esa sui generis etnia zapoteca. La que, por otro lado, se adaptaba al desarrollo comercial capitalista de las nuevas épocas, sistema que se caracteriza por su agudo egoísmo e individualismo rumbo al éxito.

 

Llega la modernidad

 

Era 1960-1970 cuando se dio no sin resistencias la sustitución de los hornos de leña o carbón por estufas de gas, así como la introducción del refrigerador, la luz eléctrica a la mayoría de los hogares. Finalmente se instaló la televisión y el teléfono. En las olimpiadas de 1968 las pocas casas que tenían televisión parecían cinemas populares. La resistencia de las abuelas fue vencida por su vejez y pérdida de autoridad, así como por la novedad del nuevo estatus y sus comodidades. “Mi comida se hace con leña no con esa luz (de la estufa)”, decían antes de capitular ante la modernidad.

 

Con todo, aún había ambiente de confianza; en los años 80 del siglo pasado, se podía al volver en las vacaciones escolares, ir a la botana de la Quinta o Séptima Sección, regresar tarde, hacer otra parada en “El Norma” y volver a la cuadra de la casa para quedar dormidos en la banqueta de la misma con un ladrillo como almohada. Por la mañana, ahí mismo adquirir el oportunísimo y picoso caldo de iguana que las señoras llevaban en sus cabezas rumbo al mercado.

 

Las velas de mayo con su calenda, regadas y lavada de ollas eran otra cosa. Las joyas y centenarios de oro podían ser portados con toda tranquilidad por las garbosas mujeres en las magníficas fiestas. Hoy casi nadie se atreve a llevar sus joyas a los festejos, de hecho han preferido venderlas antes que perderlas en un asalto. Una de las formas de ahorro fundamental de la localidad se ha perdido, la de comprar oro que no se devalúa como el dinero en el banco; la otra que es la posesión de tierra, está en no menos riesgo ante la ola de invasiones impunes.

 

COCEI, la gran decepción

 

Es mucho lo que ha cambiado, mucho lo perdido, pero sobre todo de lo que se ha despojado a esta población. Primero Juchitán vivió la gran decepción de lo que se proponía como la redención del pueblo, el movimiento de la Coalición Obrero, Campesino y Estudiantil del Istmo (COCEI) que a la postré resultó otra variante de despojo y corrupción.

 

Pero, como dicen, si las cosas están mal cuidado que pueden ponerse peor. Esta población istmeña, vive hoy días terribles, de zozobra. Las bandas delincuenciales se baten en disputas a balazos o ráfagas de metralla. El operativo policíaco y con soldados iniciado este 18 de agosto resultó de opereta. Se gasta mucho en esos policías que sólo llegaron a levantar muertos. Van casi 70 asesinados de manera dolosa en lo que va del año. Todos impunes. En la semana que concluye, Juchitán y el Istmo padecieron una jornada sangrienta.

 

Larga cadena de muertos

 

Este martes en un restaurante céntrico de la ciudad fueron baleados y muertos tres personas, un juez calificador del Ayuntamiento juchiteco con su chofer, a quienes los medios locales vinculan con la delincuencia. Horas antes fue abatido en la agencia municipal de Juchitán, La Venta, un anciano recién salido de la cárcel donde estuvo por asesinato.

 

La cadena de muertos prosiguió el jueves, con la ejecución de José Manuel Sánchez Azcona, “El Chulo”, un joven conocido como sicario, fue baleado al estar con su hijo. Éste último quedó herido y sobrevivió hasta este sábado que falleció a sus escasos seis años de edad. Ese mismo día sicarios dieron alcance a un auto BMW liquidando a una pareja, en lo que se relaciona con un ajuste de cuentas entre bandas. Una bella joven ixtepecana de 22 años quedó en el auto, su acompañante de 32 fue acribillado fuera del lujoso vehículo. Tres presuntos abigeos fueron hallados muertos cerca de Matías Romero…

 

Y la danza macabra prosigue, no se ve la manera de detenerla. La guerra contra la delincuencia que lleva nueve años no ha menguado la violencia, y el número de muertos crece, hoy el actual gobierno federal acumula en sus estadísticas 78 mil muertos, y le faltan dos años de gobierno con los que fácilmente rebasará los 80 mil muertos de manera dolosa que fue el más grande legado de Felipe Calderón.

 

Oaxaca, entre los primeros en asesinatos

 

De los 32 estados del cuadro estadístico “Asesinatos estado por estado” (Proceso 2079), Oaxaca se encuentra ya en el lugar 12. Todo lo cual se ha exacerbado ante un gobierno del estado, omiso, débil, desdibujado, que dejó despedazarse y sin dirección a su policía estatal, dedicándose sólo a dilapidar el presupuesto, a contratar deuda pública sin ninguna gran obra que la justifique. Ninguna.

 

Bien dijo Albert Camus: cuando el erario es lo más importante, la vida humana carece de sentido. Por eso, para quienes gobiernan no tiene importancia que se desangren Juchitán, Ixtepec, Espinal, Matías Romero, Tuxtepec, Huajuapan. Mientras ellos estén servidos, que el diablo y los infiernos carguen con el pueblo.

 

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