Creación y destrucción de la Guelaguetza

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Cuauhtémoc Blas

 

La fiesta de la Guelaguetza de Los Lunes del Cerro languidece, se encuentra en una crisis notoria. Por supuesto que no morirá, no desaparecerá pero lo que va quedando en un simple esbozo, una caricatura de lo que fue, lo que motivó, inspiró y promovió; la dinámica creativa de artistas y compositores, coreógrafas y músicos quedó muy lejos, nada hay ya de eso. Hoy organizada y vendida por ignorantes de su esencia, en manos de funcionarios frívolos languidece evidentemente.

 

Desde 1932, cuando tiene su origen en el legendario Homenaje Racial con que se rindió tributo a Oaxaca en los 400 años de su elevación a rango de ciudad, cuando municipios del interior del estado, sobre todo indígenas, vinieron a dar su guelaguetza, su ofrenda; a entregar su tributo a la patrona ciudad un 25 de abril de ese año.

 

Aún no se le llamaba Guelaguetza, por supuesto, dicha fiesta se ubicó en la Rotonda de la Azucena del Cerro del Fortín, donde desde muchos años y siglos atrás ya se realizaba la celebración dedicada a la diosa Centéotl de los zapotecas. Entonces el hoy Cerro del Fortín se llamaba “Daninayaloani”, Cerro de la bella vista. Alfredo Chavero habla de una probable reproducción en Huaxyacac de la fiesta de los “Grandes Señores” aztecas del Cerro de Chapultepec de Tenochtitlán.

 

Reyes Mantecón escribe que en al llegar los españoles destruyeron el Teocalli que había en las inmediaciones del “Daninayaloani” y construyeron ahí una ermita que más tarde sería el templo del Carmen Alto. Las fiestas religiosas católicas fueron instituidas en las mismas fechas que las indígenas precedentes, como hicieron los españoles en todas partes del nuevo mundo para su mejor dominación.

 

Se hizo costumbre a las familias del Valle después de acudir al Carmen Alto subir al Cerro desde temprano a desayunar, pasear, comer, recoger azucenas en una convivencia anual muchas veces bajo la lluvia propia de la temporada. Por la tarde bajaban mojados con las pequeñas flores blancas.

 

En 1953 se retoma la fiesta del Homenaje Racial y se realiza la primera Guelaguetza en el marco de los Lunes del Cerro. Ahí se efectuó la impactante fiesta, con los bailes y danzas de los pueblos ante un público que los gozaba desde la pendiente del cerro o a la sombra de los árboles de entonces, pues tampoco había teatro al aire libre.

 

Lunes del Cerro, Rotonda de la Azucena, son conceptos cuya genealogía viene de la larga historia, de lo mejor de la historia de un Oaxaca que sólo tiene su pasado para presumir, todo es pasado. Incluso la palabra Guelaguetza con que se denominó a la nueva fiesta, tiene, entre otros significados, el de “tortilla de milpa zapoteca”: Guela (milpa), Guet (tortilla) y Za (zapoteca). En términos amplios significa ofrenda. Pero también fiesta, música en algunas variaciones dialectales.

 

Desde entonces un despliegue de personajes creativos de Oaxaca nutrió la fiesta, que retornó al tablado de la Rotonda de la Azucena. Esa rotonda dejaría el tablado para ser de cocreto en 1975 cuando se inaugura el Auditorio Guelaguetza, siempre bajo de iniciativa de Víctor Bravo Ahuja, quien inició esa obra como gobernador de Oaxaca y la culminara como Secretario de Educación Pública.

 

Hubo una dinámica que impulso la gran riqueza musical oaxaqueña (que también quedó en el pasado) la creación del seductor bailable Flor de Piña con que Tuxtepec mejoró grandemente su presencia en la fiesta, fue producto de los mejores músicos de Oaxaca y la coreógrafa del Papaloapan; también se creó el Jarabe Mixteco. Ambas innovaciones modernas retomadas claramente de otros bailes, el primero con elementos del famoso Can Can de moda entonces; el segundo notoriamente del Jarabe Tapatío. Aunque con características propias y regionales que las hacen lo más nuevo y festejado de las tradiciones locales.

 

En fin, todo eso terminó. No hay más creatividad, sino improvisación, decisiones frívolas y caprichosas tomadas por funcionarios desconocedores del tema. Desde 2005 se acelera la crisis de la Guelaguetza, con decisiones sin sustento, como la que tomara la poderosa secretaria de Turismo de entonces Beatriz Rodríguez Casasnovas. Instituyó la señora otras dos presentaciones de la Guelaguetza por las tardes de ambos lunes. Lo que hoy continúa, sin que al menos se haya logrado que la fiesta sea autofinanciable.

 

Pero como algunas de esas tardes las cogiera la lluvia prosiguió la señora con sus peligrosas innovaciones al proponer e iniciar la construcción de la famosa velaria para techar el Auditorio Guelaguetza en 2009, rompiendo no sólo “La bella vista” del ““Daninayaloani” sino la esencia misma del auditorio construido arquitectónicamente ex profeso al estilo de los teatros griegos: teatro abierto, al aire libre.

 

Fueron ocurrencias no decisiones planificadas, sin sustento ni asesores. El único argumento fue cubrir la fiesta de las lluvias de la temporada. Cuando ir al cerro a mojarse, como vimos, era otro de los atractivos de aquellos días de fiesta.

 

Pero las ocurrencias prosiguieron al sexenio siguiente, en éste que sufrimos hoy. Después de criticar esas decisiones arbitrarias y a contrapelo de la opinión de los ciudadanos durante la campaña de Cué Monteagudo, al iniciar el nuevo gobierno del “Cambio” no sólo continuaron con la construcción de la repudiada velaria, cambiaron de empresa y le inyectaron más recursos hasta rebasar los 100 millones de pesos en el adefesio.

 

Finalmente, esa ocurrencia, que nunca pasó por un proceso mínimo de planificación, ni de consulta popular como prometió el nuevo gobierno, sino en la dañina práctica de hacer negocios con recursos públicos, cayó a tierra exhibiendo todo lo anterior. La velaria fue derribada por un viento normal en marzo de 2012. Sólo quedó una franja grotesca con que se divierten hoy en las redes sociales de internet al ridiculizarla como un bikini.

 

En 2006 no hubo Guelaguetza por los conocidos desmanes de entonces; en 2007 se realizó aún bajo los peligros de aquellos pleitos, la población no asistió a sus lugares gratuitos, ni turistas suficientes, los lugares fueron cubiertos con burócratas y acarreados de las regiones y colonias. La crisis se agudizaba, después se pasó al Estadio de Futbol. En ese proceso fue dejando de estar en la mente de los oaxaqueños, las familias que acudían a desayunar al cerro, ya no como en sus inicios sino en los merenderos ahí instalados fueron (fuimos) dejando de asistir.

 

Esa decadencia es acentuada por los actuales encargados de la fiesta, desenfado, desorganización, fallas en el sonido y por ende en los bailes de la Rotonda de la Azucena, hasta el promocional calificado como racista donde se exhibe a indígenas francamente como bufones de elegantes turistas.

 

Muchos errores. Los resultados están a la vista, aunque los organizadores difundan llenos totales las crónicas y fotografías dicen lo contrario, muchos lugares vacíos. Incluso los gratuitos de las secciones de arriba, pero también en los de paga. Las entradas más caras que nunca, hasta 1 mil 200 pesos. El resumen podría ser largo, pero es evidente que la Guelaguetza está en crisis hoy en las manos menos adecuadas. Hasta los taxistas se quejan de la falta de clientes, de paseantes. Las estadísticas oficiales no corresponden con la realidad a la vista y a la mano. La Guelaguetza languidece. Abundaremos.

 

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